Tocinómetro: Sinners
Multifacética, provocadora y profundamente emocional, Sinners no es solo una película: es una experiencia.
Ryan Coogler nos trae un filme que rompe géneros y expectativas. Una cinta que comienza como un clásico del blues sureño y se convierte, con brutal belleza, en un cuento de terror sobrenatural con raíces culturales profundas. Es un clásico instantáneo del cine de vampiros, pero como todo gran terror, Sinners va mucho más allá de los colmillos.
Visualmente deslumbrante y narrativamente absorbente, esta cinta es también un homenaje al poder de la música como fuerza espiritual, cultural y política. Coogler y el compositor Ludwig Göransson crean una experiencia sonora tan envolvente que se siente más que se escucha. El blues no es solo ambientación: es catalizador, maldición y redención.

La historia arranca en el Mississippi de los años 30. Los gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Michael B. Jordan) regresan a casa tras un pasado marcado por la guerra y el crimen, decididos a abrir un juke joint. Reclutan a su primo Sammie (el impresionante debut de Miles Caton), hijo de un pastor, con un talento natural para el blues. Pronto se suman personajes magnéticos como Annie (Wunmi Mosaku), una cocinera con vínculos al vudú; Mary (Hailee Steinfeld), una mujer atrapada entre identidades; y Delta Slim (Delroy Lindo), pianista de otro tiempo que roba cada escena.
Durante la primera hora, ni un solo cuello es mordido. Pero eso no importa: Coogler dedica este tiempo a construir un mundo vivo, lleno de alma. Aquí es donde la película enamora, para luego transformarse sin previo aviso. Cuando el vampiro Jack Remmick (Jack O’Connell) aparece, atraído por la fuerza sobrenatural de la música de Sammie, la fiesta se convierte en pesadilla. La segunda mitad es un frenesí de sangre, ritmo, resistencia y mito.
Y sin embargo, el terror nunca eclipsa el corazón: Sinners es, en su núcleo, una historia sobre legado, trauma generacional, y la lucha por la libertad en todas sus formas. El vampirismo, aquí, es metáfora del colonialismo, del robo de cultura, del disfraz de igualdad impuesto por el poder dominante. Remmick no pregunta: impone. Ofrece “libertad” en forma de muerte eterna, camuflada en canciones, celebraciones y falsa unidad.
Uno de los momentos más poderosos llega cuando Sammie interpreta su desgarradora oda a su padre. Göransson (compositor) y Autumn Durald Arkapaw (directora de cinematografía) convierten esa escena en pura magia.
Miles Caton, como Sammie, se adueña del relato. De tímido aprendiz a estrella embrujada, su evolución es tan poderosa como su voz. El reparto entero brilla, pero Caton hace que el alma de la película cante.

Y sí, Sinners tiene vampiros. Muchos. Pero también tiene raíces. Tiene historia, tiene raza, tiene clase, tiene sexo real (complejo, no gratuito), tiene crítica feroz. Tiene incluso una escena post-créditos que no es un anzuelo para una secuela, sino un susurro íntimo sobre el duelo, la memoria y las despedidas no dichas.
Puede parecer excesiva dura 2 horas y 17 minutos, pero cuando una película atrapa, ¿quién quiere que termine? Con una mezcla imposible (pero lograda) de Midnight Mass, Del crepúsculo al amanecer, Ganja & Hess y un toque de George Lucas, Sinners es audaz, feroz y profundamente humana.
Cinéfilos, Sinner es sin duda, una de las mejores películas del año.
Veredicto: Cuatro tocinos y medio

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