Nosferatu está inspirada en el clásico mudo de 1922 de F. W. Murnau, esta reinvención no solo honra su legado, sino que lo reinventa con una crudeza y una intensidad que la convierten en una de las películas más impactantes del género.

Desde el primer fotograma, Eggers nos transporta a un universo donde el gótico se vuelve palpable. La estética sombría se despliega en una atmósfera enfermiza, con tonalidades grisáceas que contrastan brutalmente con la negrura opresiva del castillo de Orlok en Transilvania. Cada encuadre parece haber sido esculpido meticulosamente, utilizando las ventanas y las sombras como portales hacia lo desconocido. Una escena en particular—un giro de cámara de 180 grados que revela un carruaje sin conductor— encapsula la maestría visual de la película y su capacidad para generar inquietud con elegancia.

El paisaje sonoro, aunque a veces abrumador, refuerza el ambiente macabro con una precisión quirúrgica. No es solo un acompañamiento, sino un personaje en sí mismo, que respira y se retuerce con cada escena.

Si la estética es una carta de presentación impecable, la narrativa no se queda atrás. Nosferatu no es simplemente un relato de vampiros, sino una exploración profunda de los horrores góticos en su forma más pura: la fragilidad humana frente a fuerzas incontrolables, el deseo envuelto en peligro y la pérdida de la propia identidad ante lo inevitable.

Eggers no rehúye la sexualidad inherente al mito vampírico. Al contrario, la enfrenta con una crudeza perturbadora. Las escenas donde Orlok (un transformado Bill Skarsgård) bebe la sangre de sus víctimas están cargadas de una simbología inquietante: las sombras, la postura de las víctimas, la intimidad forzada… no es casualidad que muchas de estas secuencias ocurran en la cama. Son incómodas, brutales y necesarias, porque el horror gótico no es solo sangre y criaturas nocturnas, sino el peso del trauma, la perversión del deseo y la lucha contra lo ineludible.

En el centro de esta tragedia está Ellen, interpretada con una vulnerabilidad desgarradora por Lily-Rose Depp. Su historia no es solo la de una víctima, sino la de alguien atrapado en un destino que no eligió. Su relación con Thomas (Nicholas Hoult), su esposo, se convierte en el pilar emocional del filme, mientras que su vínculo con Anna (Emma Corrin) añade una capa de intimidad y sororidad a la historia.

Pero quizás lo más impactante de Nosferatu es su monstruo. Skarsgård, como lo hizo con Pennywise en IT (2017), desaparece completamente en su personaje. Su Orlok no es simplemente una entidad maligna, sino una presencia tangible, un depredador que observa con la paciencia de los siglos. Su mirada, su postura, la forma en que se desliza en las sombras… todo en él es hipnótico y aterrador.

Para quienes, como yo, les gusta la versión original de Nosferatu, Eggers logra lo que pocos directores pueden: homenajear el material original sin ser esclavo de él, aportando una visión fresca y visceral.

Nosferatu (2025) no es solo una película, es una experiencia. Es incómoda, inquietante y brutal, pero sobre todo, es un recordatorio de que el cine de terror, cuando se hace con inteligencia y propósito, puede dejar cicatrices que duran toda la vida.

Si el horror gótico corre por tus venas, esta es una película que debes ver. Si prefieres evitar el cine que te obliga a confrontar el lado más oscuro del deseo y el terror, piénsalo dos veces. Pero recuerda: el verdadero poder de una película radica en su capacidad de incomodar y hacerte cuestionar lo que creías saber sobre el miedo. Y en ese sentido, Nosferatu lo logra con creces.

Veredicto: Cuatro tocinos y medio góticos, oscuros, que te llevan a pensar en todo lo que puede estar oculto en las sombras de tu casa, pero que al final te da esperanza en la humanidad y el poder del amor.

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Written By

Marisol Mancilla

Diseñadora y editora | Amante del cine | Leo cómics y veo anime.