Tocinómetro: Glass Heart
Glass Heart es una carta de amor a la música que late con fuerza, aunque desafina en su trama
Los momentos más brillantes de Glass Heart, la nueva serie de Netflix basada en la novela de Mio Wakagi, son, sin duda, los musicales. Cada vez que TENBLANK sube al escenario, la ficción estalla en una mezcla de euforia y vulnerabilidad que recuerda por qué la música es un lenguaje universal. Ahí, la serie se eleva: porque nos muestra que una nota tocada en el instante preciso puede transformar una vida.
No es casualidad. La producción convocó a algunos de los nombres más destacados del J-Rock y el J-Pop contemporáneo entre ellos Yojiro Noda (RADWIMPS), Taka (ONE OK ROCK) y Yoohei Kawakami ([Alexandros]), y se nota. La banda sonora vibra con autenticidad, y el hecho de que los actores dedicaran más de un año a aprender a tocar sus instrumentos dota de una fuerza visceral a cada secuencia de concierto. Es música real, vivida en pantalla, y se siente.
La historia sigue a Fujitani Naoki (Takeru Satoh), un músico brillante y enigmático que forma TENBLANK junto a Sho Takaoka (Keita Machida), Kazushi Sakamoto (Jun Shison) y Akane Saijo (Yu Miyazaki). Juntos construyen su sonido mientras enfrentan secretos, tensiones internas y el salto abrupto del anonimato al estrellato. La premisa es sencilla y poderosa: cuatro almas rotas encuentran en la música un medio de autodescubrimiento y conexión.

El problema es que Glass Heart brilla mucho más en su fondo que en su forma. La serie aspira a ser un drama ambicioso, pero su guion cae en lugares comunes y narrativas dispersas. Se introducen conflictos que se desvanecen sin verdadera resolución, y los secundarios quedan reducidos a meros catalizadores melodramáticos. El romance central, lejos de aportar intensidad, resulta frío y artificial, el eslabón más débil de una historia que pedía más crudeza y menos idealización.
Yu Miyazaki, como Akane, encarna este problema: demasiado pulida, demasiado “protagonista perfecta” para generar interés real. Curiosamente, cuando la vemos tras la batería, liberada y visceral, surge un personaje vibrante que el guion nunca se atreve a explorar a fondo. Frente a ella, Satoh se entrega a un rockstar de tintes caricaturescos, mientras Machida y Shison aportan una sensibilidad y carisma que merecían mucho más espacio narrativo. Suda Masaki, en un papel secundario, roba cámara con su intensidad caótica y demuestra lo que la serie pudo ser en otras manos.
Donde no hay fisuras es en el apartado musical y visual. La dirección de Kensaku Kakimoto y Kohtaro Goto convierte cada actuación en un espectáculo arrollador: planos coreografiados al ritmo de las canciones, colores que vibran como notas, y una cámara que late con los protagonistas. La música no acompaña a la trama: es la trama. TENBLANK evoluciona no tanto en palabras como en acordes, y esa decisión artística sostiene la serie en sus mejores momentos.
Glass Heart es, al mismo tiempo, fascinante y frustrante. Su narrativa se pierde entre clichés y giros apresurados, pero cuando suena la música, todo eso desaparece: la ficción se convierte en una experiencia catártica que conecta con la fuerza de la música como herramienta de expresión, unión y sanación.
Vale la pena verla, especialmente si amas el poder transformador de la música. Glass Heart puede no ser perfecta y sus defectos narrativos pesan, pero sus secuencias musicales son pura magia, con un elenco que entrega cuerpo y alma al escenario. Como el cristal de su título, la serie es frágil y brillante a la vez: refleja luces intensas, aunque a veces se quiebre en el camino.
Veredicto: Tres tocinos y medio llenos de pasión, romance y amor por la música.

