Tocinómetro de Mission: Impossible – The Final Reckoning
La octava y en teoría última entrega de Mission: Impossible aterriza como un meteorito estilizado desde una nave de ciencia ficción, en llamas, mientras Tom Cruise asciende no solo en altitud sino en su cruzada personal por defender el cine como experiencia física y auténtica. Con un mensaje crítico hacia la inteligencia artificial y la digitalización desmedida, The Final Reckoning se postula como algo más que una película de acción: una declaración de principios… aunque algo inflada por su propia ambición.
Ethan Hunt regresa una vez más, liderando a su ya clásico equipo integrado por Benji, Luther y la recientemente incorporada Grace para enfrentar a La Entidad, una inteligencia artificial que representa el epítome del enemigo intangible: ubicuo, omnipotente y amorfo. La amenaza es global y existencial, pero ese precisamente es uno de los mayores problemas de esta cinta: el riesgo es tan astronómico, tan vago y tan inabarcable, que pierde fuerza emocional.
El elenco está conformado por Cruise, Ving Rhames, Simon Pegg, Esai Morales, Hayley Atwell, Pom Klementieff, Hannah Waddingham, Greg Tarzan y Tramell Tillman.

Sí, hay acción. Y sí, Cruise sigue haciendo sus propias acrobacias, corriendo en plano secuencia como si el tiempo lo persiguiera. Pero entre una narrativa densa, un tono innecesariamente solemne y diálogos cargados de peso apocalíptico, The Final Reckoning a menudo se hunde en su propio dramatismo.
La película funciona mejor como vitrina para Tom Cruise que como pieza narrativa. Hay momentos visuales memorables como su escena colgado de un viejo avión de hélice. En esta entrega, Cruise ya no interpreta a un personaje: interpreta una versión mitificada de sí mismo como símbolo de resistencia contra la artificialidad de la era digital.
The Final Reckoning cae en la trampa de muchas sagas longevas, constantemente hace referencias, guiños y flashbacks a entregas pasadas, como si quisiera justificar su propia existencia a través de la nostalgia. Pero el metraje se alarga casi tres horas, y muchas de estas conexiones no aportan sustancia real a la historia.
Se siente como si Cruise y Christopher McQuarrie no quisieran soltar el legado, pero tampoco supieran cómo cerrar el ciclo. La película intenta parecer definitiva, pero termina siendo otro puente hacia la pregunta “¿y si hay una más?”
Mission: Impossible – The Final Reckoning tiene momentos que nos recuerdan por qué esta franquicia redefinió el cine de acción moderno. Pero también deja claro que, a estas alturas, incluso una misión imposible puede volverse repetitiva. El villano digital puede simbolizar los miedos actuales, pero su ejecución carece de la concreción que hizo memorables amenazas anteriores.
Cruise sigue siendo una fuerza de la naturaleza, pero el desgaste de la fórmula es evidente. Si esta es realmente la última misión, no fue la mejor forma de decir adiós.
Veredicto: Tres tocinos y medio crujientes, que te llenan el paladar de acción, pero que te dejan con un sabor de boca cansado y viejo.

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