Hoy en día, el cine japonés es conocido mundialmente. Ya sea el anime, las películas de Godzilla de los años 50 o los samuráis rebeldes, las películas japonesas sin duda han causado sensación en el cine moderno y contemporáneo internacional. El gran director Akira Kurosawa dejó una profunda huella en su país natal, Japón, a finales de la década de 1940. Poco después, la fama mundial se apoderó de él.

Nacido en 1910, Akira Kurosawa fue uno de ocho hijos de una familia de samuráis. Su pasión por la creación comenzó con el elogio de su obra por parte de un maestro de primaria. Después, se convirtió en pintor, pero no por mucho tiempo. Su primer mentor fue su hermano mayor, Heigo. Kurosawa viajó a Tokio mientras vivían juntos. El primer trabajo de Heigo fue traducir películas occidentales en los cines de Tokio. Expuso a Kurosawa a escritores occidentales como Maksim Gorky y al cine occidental.

A pesar de ser mentor y ampliar el alcance de su hermano menor, Heigo se suicidó en 1933. Conmocionado, Kurosawa siguió adelante, aunque la muerte de su hermano mayor afectó su carrera cinematográfica posterior.

El primer éxito de Kurosawa llegó en plena Segunda Guerra Mundial, en 1943, con Sanshiro Sugata. Aclamada y criticada a partes iguales, esta película abordó temas que el director retomaría en futuras películas. Primero, la relación entre padre e hijo, especialmente con el personaje principal inspirado en su padre. La naturaleza también influyó, ya fuera en forma de lluvia torrencial o niebla espesa, a menudo para mostrar el estado de ánimo de los personajes.

Un tipo de personaje que Kurosawa amaba era el pícaro. Generalmente interpretado por el talentoso Toshiro Mifune, el pícaro podía ser solitario, voluble, cínico, mezquino o ambiguo. Sin embargo, cualquier evento o situación podía cambiar su perspectiva. Estos pícaros se hicieron notar en películas como Los Siete Samuráis, Sanjuro y Rashomon. Estos rasgos añadían complejidad al personaje.

En “Los siete samuráis” (1954), la obra maestra de Akira Kurosawa, hay un instante cinematográfico en el que el pasado, el presente y el futuro convergen con una sutileza mágica. En una escena de entrenamiento en el bosque, Toshiro Mifune, en su papel de samurái rebelde y enérgico, adiestra a los aldeanos para defenderse de los bandidos. La composición de la imagen es extraordinaria: en primer plano, las cabezas de los niños que observan con asombro; en el centro, la acción misma del entrenamiento; al fondo, en un plano más elevado, los dos samuráis mayores miran con ironía, como la sabiduría que observa y deja paso a una nueva generación. Esta disposición visual es un testimonio de la maestría de Kurosawa como narrador gráfico.

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El cine de Kurosawa destaca por su claridad visual, su capacidad para contar historias a través de la imagen y su dinámica compositiva. Sus películas son vívidas, vibrantes y, a menudo, grandilocuentes en su puesta en escena. Obras como “Rashomon” (1950), “Throne of Blood” (1957) y “Yojimbo” (1961) muestran un manejo magistral de la composición, el ritmo y la geometría del encuadre. Kurosawa creó un lenguaje cinematográfico que influenció a cineastas de todo el mundo, desde Sergio Leone hasta George Lucas.

La irrupción de Kurosawa en Occidente fue un hito que no solo dio a conocer su trabajo, sino que también abrió las puertas del cine japonés al mundo. El triunfo de “Rashomon” en el Festival de Venecia de 1951 fue crucial para este reconocimiento, permitiendo que figuras como Mizoguchi y Ozu fueran también apreciadas fuera de Japón. Hoy, “Los siete samuráis” sigue figurando entre las mejores películas de todos los tiempos, mientras que “Tokyo Story” de Ozu ocupa un lugar destacado en las listas de los críticos.

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El legado de Kurosawa no solo se aprecia en su influencia en otros cineastas, sino también en las adaptaciones y reinterpretaciones de su obra en Occidente. “Los siete samuráis” inspiró “Los siete magníficos” (1960), “Yojimbo” dio origen a “Un puñado de dólares” (1964) de Sergio Leone y “La fortaleza escondida” (1958) sirvió de base para “Star Wars” (1977) de George Lucas. Incluso “Ikiru” (1952) fue reimaginada en “Living” (2022), con Bill Nighy como protagonista.

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A lo largo de su carrera, Kurosawa fusionó influencias tanto japonesas como occidentales. Adaptó obras de Shakespeare, Dostoyevsky y Gorki, y exploró géneros como el cine negro y el drama histórico con un estilo inconfundible. Su etapa tardía, respaldada por figuras como George Lucas y Francis Ford Coppola, le permitió realizar “Kagemusha” (1980) y “Ran” (1985), dos películas que consolidaron su estatus como maestro del cine.

Hoy, su impacto sigue vigente. Cineastas como Takashi Miike continúan rindiéndole homenaje, como en “13 asesinos” (2010), una versión moderna de “Los siete samuráis”. El cine de Kurosawa, con su mezcla de tradición y modernidad, sigue siendo una referencia obligada, demostrando que su legado es ineludible y su influencia, eterna.

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Marisol Mancilla

Diseñadora y editora | Amante del cine | Leo cómics y veo anime.