Octubre cinéfilo: Weapons
Weapons nos muestra el horror suburbano según Zach Cregger.
La nueva película de terror Cregger, el mismo creador de Barbarian es un golpe directo a la médula del miedo suburbano. Con la energía de un relato de Stephen King y el misterio folclórico de El flautista de Hamelín, Weapons inicia con la voz de una niña que relata sucesos extraños ocurridos en el apacible pueblo de Maybrook, Pensilvania.
Una madrugada, exactamente a las 2:17 a.m., diecisiete niños se levantan de sus camas, salen de sus casas y desaparecen en la noche. Todos son compañeros de tercer grado, excepto uno: Alex (interpretado por Cary Christopher). Su maestra, Justine (una Julia Garner tan contenida como devastadora), se convierte rápidamente en el blanco de los padres enfurecidos. La escena de su interrogatorio es una joya incómoda, un eco deliberado de Field of Dreams y no por coincidencia: Amy Madigan, protagonista de aquel filme, tiene aquí un papel tardío pero memorable.

Cregger demuestra de nuevo su talento para el desconcierto. Si Barbarian era una pesadilla claustrofóbica, Weapons amplía el mapa como una historia coral, fragmentada, que disecciona el lado oscuro de los suburbios estadounidenses. A través de múltiples perspectivas, la cinta nos arrastra por un laberinto de paranoia, culpa y fe rota. Josh Brolin brilla como un padre obsesionado que roza la locura mientras busca respuestas, Benedict Wong aporta autoridad como el director de escuela, y Alden Ehrenreich y Austin Abrams completan un reparto sólido que da vida a un pueblo corroído por el miedo.
Sí, la estructura episódica puede parecer esquemática, pero el pulso visual de Cregger no deja respirar. Es capaz de hacerte soltar una carcajada segundos antes de clavarte un sobresalto. Aquí el horror no se esconde en sótanos ni callejones, sino que se manifiesta a plena luz del día.
Durante sus semanas de dominio en taquilla, Weapons ha inspirado tanto memes virales como análisis serios sobre su significado. Porque detrás de su narrativa hipnótica se esconde un espejo social. Maybrook es el retrato de la América que finge normalidad: un pueblo bonito, aparentemente seguro, pero podrido por la adicción, la violencia y la desconfianza. La desaparición de los niños remite tanto al pánico satánico de los 80 como al trauma persistente de los tiroteos escolares.
Cregger también apunta su lente a la cultura de la vigilancia: las cámaras Ring que pueblan cada fachada se convierten en testigos impotentes del horror. Nadie está realmente seguro, ni siquiera cuando todo queda grabado.
El filme construye su terror desde la pérdida del sentido comunitario. Nadie sabe en quién confiar. Nadie entiende qué está ocurriendo. Y cuando todo se derrumba, el silencio colectivo es más aterrador que cualquier monstruo.
Weapons pasa con creces mi prueba personal para el buen terror: no solo te asusta, te hace pensar en lo que has dejado de ver cuando crees que todo está bien.
Veredicto: Tres tocinos con sopita caliente, servidos por un niño con más fortaleza de lo que aparenta a primera vista.


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